domingo, 25 de mayo de 2014

"Tenés todo, tenés nada". R.MADRID 4 -AT.MADRID 1

Sabes, hijo, que no considero que el fútbol sea importante, o desde luego no tan importante como parecen creer todas esas personas, incluidos jefes de estado y de gobierno, que le dedican un entusiasmo tan sincero e intenso como no ponen en otras cuestiones, a lo mejor más dignas de su atención y entrega. Sin embargo, en cualquier aspecto de la vida, por insignificante que sea, te aguarda una lección. Y cualquier hombre, por poco que esperes de él, puede ser el maestro que te la imparta.
Fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro que comparece ante los periodistas, después de haber perdido en el minuto 93 una copa de Europa que lo habría catapultado a la gloria. Fíjate, en primer lugar, en cómo admite que su equipo falló en la segunda parte, en la que el rival lo arrinconó hasta hacerle encajar ese gol lacerante y demoledor en el tiempo de descuento.
Primera lección: no responsabilices de tus fracasos, jamás, a otro antes que a ti mismo. Ni siquiera aunque tengas pretextos. No cargues contra los árbitros, aunque te parecieran adversos; no despotriques contra el rival, aunque la fortuna haya estado de su parte; no mires al cielo para quejarte de que en el momento decisivo no decidiera inclinar la balanza de tu lado sino del contrario. Siempre pudiste hacer más, hacerlo mejor. Hazte dueño de tus derrotas, porque ellas, algún día, servirán para hacerte dueño de tus triunfos; si es que está en tu mano, tu condición y finalmente tu suerte llegar a alcanzarlos.
Es amargo, sí, tenerlo todo en la mano y al instante siguiente ver ese todo en las manos de otro y las tuyas aferrando solamente el vacío. El hombre de negro, con el golpe recién encajado, lo resume a la perfección: "Tenés todo, y tenés nada". Merece la pena que lo recuerdes, así, con su giro porteño, porque probablemente es la frase más trascendente y significativa de la noche. Mucho más trascendente y significativa, desde luego, que las declaraciones de los vencedores, que no aciertan a salir, tampoco hay que reprochárselo mucho, de los lugares comunes. Todo lo que un día creas poseer, todo lo que sientas que es tuyo, no es más que una ilusión que en cualquier momento se lleva el viento. Lo único que será tuyo de veras es el modo en que lo tengas, mientras te toque llevarlo, y la forma en que lo pierdas, ese día que más temprano o más tarde, puedes estar seguro, acabará llegándote, tal y como el hombre de negro dice, sin transición ni previo aviso. Y entonces, afróntalo con serenidad. Un hombre es la contención que sabe aplicar a sus emociones.
Toma ejemplo del hombre que reconoce la amargura de haber perdido, mientras reivindica el orgullo de haber luchado, incluso cuando las fuerzas ya no estaban con los suyos y el oponente era superior. Que te venzan, pero nunca te rindan.
Y hablando de emociones y vencedores, tampoco dejes que te alteren las exhibiciones que puedan hacer quienes entre ellos no sepan contener las suyas, incluso quienes den en caer en la arrogancia. Piensa que quien se quita la camiseta para lucirse, aunque en ese acto pierda la elegancia en la victoria, hizo un esfuerzo y logró algo que tú no supiste impedir. Ofenderte por ello es mezquindad y resentimiento en los que no debes caer: el estilo consiste, también, en saber convivir con los excesos de los demás, sin hallar pie en ellos para los excesos propios.
En esta noche de mayo de 2014, algunos han llenado un poco más sus ya repletas vitrinas. Otros, no han conseguido nada que poner en ellas, pero han sido dignos perdedores.

No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada así, no mengua sino que hace crecer. Siento que pierdas esta oportunidad. Siento que seas madridista. Con todo el cariño de tu padre, enhorabuena por esa merecida Décima.

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