lunes, 5 de noviembre de 2012

El triunfo de los mediocres


 El triunfo de los mediocres

Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es
más que económica, va más allá de estos o aquellos políticos, de
la codicia de los banqueros o la prima de riesgo. Asumir que nuestros
... problemas no se terminarán cambiando a un partido por otro, con otra
batería de medidas urgentes o una huelga general. Reconocer que el
principal problema de Espa...
ña no es Grecia, el euro o la señora
Merkel. Admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un
país mediocre. Ningún país alcanza semejante condición de la
noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de
una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.
Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos
más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en
la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de
comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que
hagan.
Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a
nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el
estado natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre reducidas al
deporte, nos sirven para negar la evidencia.

Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de
134 minutos al día frente a un televisor que muestra
principalmente basura. Mediocre es un país que en toda la democracia no ha
dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos
conocimientos sobre política internacional. Mediocre es el único país
del mundo que, en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a
las asociaciones de víctimas del terrorismo.

Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas
hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado. Mediocre
es un país que no tiene una sola universidad entre las 150
mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para
sobrevivir.

Mediocre es un país con una cuarta parte de su población
en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para indignarse cuando
los guiñoles de un país vecino bromean sobre sus deportistas. Es
mediocre un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad
es marginada –cuando no robada impunemente- y la
independencia sancionada. Un país que ha hecho de la mediocridad la gran
aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de
jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano,
por políticos que insultan sin aportar una idea, por jefes que
se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por
estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado
el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle
dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable
marea gris de la mediocridad.

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